Cuentan que Edmundo Cartos la tomó en alguna guitarreada en los pagos cordobeses de un muchacho que conoció llegado del litoral o tal vez del Paraguay, quien se la pasó a su manera y Cartos la adoptó y arregló en tiempo de serenata. Así llegó a las manos y supo grabarla con extraordinario éxito el cantor jujeño JORGE CAFRUNE, quien habría escuchado el tema de un cantor amigo en un bar de la ciudad de Córdoba. El tema no está registrado oficialmente.
También es conocido como "Recliná niña tu frente" o "El romance del cacique y la cautiva". La letra posiblemente tenga ascendencia española, pero en sus versos se emplean palabras en guaraní como en el caso del nombre del cacique (Al Boreví), también aparece guaviyú, un árbol de gran copa, frutal y medicinal, tuyú que en guaraní significa barro blanco o lodo (no olvidemos que en 1580, Hernandarias desde el Paraguay llegó hasta Tandil acompañados por indios guaraníes evangelizados), y hasta la palabra aduar, término árabe que significa aldea, vivienda, casa. Tales expresiones han sido seguramente utilizadas por el autor de origen anónimo en virtud de su residencia guaranítica y por lo tanto empleadas en el cancionero zonal.
Durante décadas, la autoría de la letra de la canción “La cautiva” —que popularizara Jorge Cafrune allá por los años sesenta— fue uno de los más peculiares misterios de nuestra música popular. Ocurría que —comparados con los de la poética tradicional del folklore— los versos de “La cautiva” suscitaban cierto aire de extrañeza y perplejidad, como si por su intermediación nos llegara el perfume de un paraje exótico, aunque íntimamente familiar. No en vano las especulaciones sobre el origen del poema fueron numerosas y —en algunos casos— disparatadas. Destaco especialmente aquélla que atribuía su composición a la pluma de un anónimo conquistador español del siglo XVI, quien habría conocido de primera mano a los protagonistas de la historia. Nobleza obliga —sin embargo— hacer una salvedad: la atribución es falsa en su apariencia, pero transmite una verdad esencial. El tema de la cautiva ya era frecuente en la tradición del romancero español. La tradición criolla sólo operó algunas sustituciones: una cautiva americana por una española, un cacique indígena por un rey moro.
Pero retomemos nuestro asunto. Hace algunos meses, dos nietos nonagenarios descubrieron entre los papeles conservados de su abuela la transcripción de un extenso poema cuyas primeras estrofas coincidían casi exactamente con la letra de “La cautiva”. Angélica Cadret Amadeo —que así se llamaba la abuela de los ancianos investigadores— había sido a finales del siglo XIX una joven curiosa y artísticamente inquieta, que acostumbraba transcribir en su cuaderno personal los poemas que se publicaban en los periódicos de la época. Afortunadamente, la joven Angélica añadía el nombre del poeta después del último verso. Ese detalle permitió a sus nietos conocer a Washington P. Bermúdez (1847-1913), periodista y escritor uruguayo, y supuesto autor del poema que nos ocupa. Indagaciones posteriores dieron con un ejemplar de El Indiscreto, una publicación semanal montevideana que en su edición del día 8 de marzo de 1885 incluye la versión completa del poema, cuyo título es “La toldería (fragmentos de una leyenda). El cacique y su favorita”.
En la obra de Bermúdez, el cacique Alborebí interroga a su cautiva predilecta sobre la razón de su tristeza. No comprende la melancolía de una mujer que goza del privilegio de su amor y de sus regalos. La joven confiesa con humildad que su único anhelo es liberarse del yugo de la esclavitud y Alborebí, terriblemente ofendido, la asesina. Probablemente, la intencionalidad del poeta decimonónico haya sido reforzar la imagen negativa del indígena adjudicándole el desconocimiento de la piedad y la compasión (que es, básicamente, la definición del monstruo).
Ahora bien, ¿cómo fue posible que una historia de desenlace tan truculento se haya transformado durante la segunda mitad del siglo XX en una canción de amor y que el soberbio y despiadado Alborebí mutara a la condición enamorado fiel? Sucede que —seguramente por su longitud— quien adaptó el poema para convertirlo en canción seleccionó únicamente las primeras estrofas, aquéllas en las que Alborebí elogia la belleza de la muchacha, solicita un acercamiento afectuoso a la sombra del paisaje, enumera los obsequios prodigados y promete muchos más. Se omitieron —entonces— la respuesta de la cautiva y el desenlace fatal. De este modo, la fragmentación del poema convierte en declaración romántica lo que originalmente era primero un reproche y después una sentencia de muerte. Contraponiendo poema y canción, surge la siguiente inquietud: de qué maneras más curiosas la percepción fragmentaria de los hechos puede hacer pasar lo malo por bueno, y viceversa. ¿Nos ocurrirá muy a menudo?
(Klaymen)
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