En las solitarias noches del caminante, sólo la luna nos hace compañía, en ese viaje nocturno que emprendemos al amparo de su luz. Y por más que uno se aleje en su caminar, siempre la encuentra fielmente a su hora, ahuyentando las tinieblas y haciéndonos compañía. El hombre urbano, que habita entre moles de cemento, difícilmente puede cantarle a la luna, pues lo tiene muy difícil para verla entre tanta luz artificial y hasta los jóvenes se enamoran a la luz del neón, en nuestros días.
Yupanqui -que más tarde criticaría a los poetas "alunados" con esos versos terribles: "de tanto mirar la luna/ ya nada sabes mirar; eres como un pobre ciego/ que no sabe a dónde va" (El poeta) -nos cantaba a la luna en 1957, sí, pero haciendo una observación muy concreta: "yo no le canto a la luna/ porque alumbra y nada más; le canto porque ella sabe/de mi largo caminar".
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