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viernes, 2 de diciembre de 2016

34.- ENTIERRO DE DON ANDRES CHAZARRETA


El pasado 24 de abril se cumplieron 56 años de la muerte de Andrés Chazarreta. El Patriarca del Folklore Argentino como justamente se lo calificó, desplegó una intensa actividad de creación y recopilación de nuestra música nativa y sus costumbres, recorriendo el país con su conjunto de Arte Nativo, consagrándose en la Capital Federal en el desaparecido teatro Politeama en 1921, y proyectándose desde ahí veinte años más tarde con el Instituto de Folklore, que generó la primera academia de danzas, pilar del desarrollo de la cultura musical argentina.
              Homero Manzi, que nunca terminó de desprenderse del cordón umbilical con la tierra que lo vió nacer dijo de Chazarreta: "... él conocía por derecho de sangre el sabor de los jugos que nutren el cancionero de la tierra. Por que él era el pueblo y traía de las raíces ese difícil arte de captar las voces, de percibir los silencios, de valorar los ritmos, con la simplicidad de lo común y la sencillez de lo cotidiano..."

“TARDE SANTIAGUEÑA”

     Esa síntesis de añoranza y música que lo acompañó toda su vida tuvo una máxima expresión el 13 de agosto de 1.940 en la fiesta titulada "Tarde santiagueña" en el salón - teatro de la escuela Carlos Pellegrini de la Capital Federal. Allí, el inefable Manzi pronunció estas palabras: “... El flaco y oscuro maestro de la docencia santiagueña, enhorquetado en su zaino criollo, envuelto en su poncho color tierra y con la vihuela debajo del brazo, pudo así, asomarse a las fiestas populares de la campaña. Una vez afirmé que la música de la ciudad estaba trazada sobre el pentagrama oscuro de las pasiones humanas y que en cambio, la música de nuestro campo estaba conformada sobre la naturaleza.
              La música del campo es objetivo la de la ciudad, subjetiva. En la ciudad los bandoneones lloran a cuento de la pena del hombre; en el campo, las arpas y violines rústicos, hablan con la voz del viento, trinan con los pájaros y mueven sus ritmos con el rudo compás de las bestias en galope o con la hamacado euritmia de los pastos castigados. Andrés Chazarreta afirmó su arte en amor a la naturaleza. Es que el santiagueño ama en primera instancia, a la tierra. Tiene una patria chica para ubicar su corazón, el pago de la castilla o el llajta de la quichua. Buenos Aires vivía sorda a la belleza que destilaba este pueblo mediterráneo en la silenciosa colmena de su vida espiritual. Y un día, hace muchos años, llegó hasta ella Andrés Chazarreta. La ciudad grande detuvo su marcha enloquecida, escuchó el milagro de esas voces, comprendió su sentido argentino y se sintió animador por una corriente telúrica que despertaba en su dormida entraña la olvidada raíz nacional. Esa tarea de Chazarreta, alcanza para cubrir una existencia, para glorificar su nombre, para justificar una vida. Porque él, más que nadie, supo convertirse en el intermediario entre el paisaje lejano de tierra adentro y el alma confusa de la ciudad. Desde entonces hasta hoy, muchos son los que han seguido sus huellas y por suerte para el cancionero de la tierra nativa, cada vez surgen nuevas voces que la interpretan y la universalizan. Y él mismo, dura su fisonomía de quebracho, algodonados los cabellos en la pasa serena de los años, endurecidos los dedos en el amoroso ejercicio de la guitarra, prosigue infatigable en la santidad de su magisterio. Y cada año, más viejo en la carne y más joven en el alma, baja como los ríos del norte hasta la gran ciudad y siembra el grano de sus danzas y canciones. Y los santiagueños que aquí estamos, cerraremos los ojos para volver en musical transporte al pago lejano que no podemos olvidar y donde lucha un pueblo duro, olvidado y lleno de valores espirituales, en medio de un paisaje severo y hermoso. Y en la voz de las vida las reconoceremos el arrullo de la urpila, despenadora impenitente de las tardes, cuando se abren en colores pálidos las flores del cardón y reconoceremos en cada danza, en cada ritmo, un pedacito de¡ paisaje agreste, donde ponen adorno los algarrobos; donde cantan las hachas mordiendo la carne dura del quebracho ; donde se sufre, se trabaja, se amo, se baila y se canto.



Imágenes del entierro de Don Andrés Chazarreta sonando como fondo musical la Zamba de Vargas.

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