Lo de Carlos Di Fulvio parece un agradecimiento constante: el cantautor cordobés decidió dedicarle la mayor parte de su vida a la música, y con estos saberes logró retratar los distintos paisajes que Córdoba ofrece, e inmortalizar también las historias de personajes anónimos oriundos de nuestra extensión.
Sus versos recorriendo la provincia han salido a la luz en canciones como “CAMPO AFUERA”, que se hicieron himnos entre los cordobeses y lograron trasladar a todo el país aquellas costumbres que nos identifican.
Consultado sobre cómo surge la inspiración que lo lleva a escribirle a Córdoba, Di Fulvio destaca con simpleza: “Por amor al terruño: yo nací, me crié, aprendí a leer y a escribir en Córdoba”, y agrega que tanto en las características espirituales como en las geográficas de nuestra provincia, puede encontrar la inspiración.
“De su espíritu, por la elegancia, cuando el eco del país la nombraba ‘Córdoba la Docta’, ‘Córdoba de las campanas’… De su geografía, a pesar de yo haber nacido en Carrilobo -zona de maizales y alfalfares-, prefiero la del noroeste, donde el trébol se vuelve cardón y comprobé que la piedra no es dura”, rememora con simpleza.
Pintar una danza en el polvaredal
Por Tulumba, el maestro Di Fulvio conoció a Doña Dominga, una septuagenaria que se distinguía por su donaire al bailar chacarera, esa misma gracia que lograba cautivar a todo el que pudiera contemplar su danza o su distinguida bata de percal.
“Con su bata de puro percal va doña Dominga, todas las flores que hay en el monte se la envidian. Se la envidian por que no hay un color más hermoso que el de su percal, ni moza que sepa regalar el donaire que tiene su buen zarandear”, relata el cantautor en Campo afuera y dibuja con sus acordes: “Y las niñas quisieran bailar como lo hace ella: la trenza al viento, y una manito en la cadera. Su cadera es un vaivén parecido al del sauce y al mimbre también; ‘¡Esa es mi abuela!’ se saben decir los changos del monte en cuantito la ven. Si a los setenta la baila así, ¡lo que ha sido en antes! Una corsuela, lujosa de ágil, deje nomás…”.
Entre los recuerdos que Di Fulvio tiene de esta mujer, se puede encontrar el por qué tanto él como otros autores le han cantado: “Yo conocí a doña Dominga en Tulumba, allá por los años ’60. Su gracia y donaire hicieron que la recordara más tarde tal cual lo ocurrido en el monte, donde la guitarra suena solo cuando hay fiesta…”.
“Ella llegó de a caballo, montada a lo hombre, con una hija en ancas y un crío en brazos de ésta; y cuando vio que se trataba de un solo músico el que tocaba, me encaró decididamente preguntando: ‘Dígame niño, ¿a qué hora empieza el baile?..’ Y toqué para ella, para que sacara de su cuerpo y sangre el danzar que le bullía…”, atesora Di Fulvio.
Posteriormente, el cantautor le puso su arte a ese momento y logró así llevar su historia por cada rincón del país: “Cuando a ‘Campo Afuera’ la hice conocer como chacarera de zapateos y vueltas cantadas -decana en su especie-, la cantó todo el país y en especial los niños, tal vez por añoranzas de un cariño filial; y otros -músicos y autores-, en gratitud, fue que se sumaron fraternalmente con sus loas al aura atractivo de semejante personaje”.
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